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Sobre ir y volver de vacaciones, una novela que es el fin de una saga, una película que tal vez sea la última que vea de su director.
Cuando lo conocí Wallander tenía 40 años, yo andaba por los 28. No fue amor a primera vista, su primera novela me costó un poco. Estaba mas interesado en el caso policial que en el inspector. Todavía no entendía el juego. Su segunda novela me encantó. Al fin me había enamorado del personaje, con un amor que nació en la segunda cita.
Con el correr de las novelas comencé a darme cuenta que nuestra ruptura, nuestro final iba a ser doloroso. Y tomé una decisión: dosificaría nuestra relación. Durante varios años comencé mi año lector con una novela de la saga Wallander, como quien comienza un año nuevo con un amigo. Había comprado todas las novelas en una colección de bolsillo de Tusquets y cada enero me encontraba viviendo en una Suecia desconocida en compañía del inspector de policía, un poco más viejo, más nostálgico, más neurótico. Él, y yo.
La saga Wallander, escrita por el novelista y dramaturgo sueco Henning Mankell, está compuesta por once novelas y una recopilación de relatos breves del personaje en su juventud. Los casos policiales se van acumulando (el asesinato de una pareja de extranjeros, unos cadáveres que viajan en bote, un grupo de jóvenes disfrazados asesinados en un parque, un burócrata desaparecido) mientras me doy cuenta que lo importante es Wallander, no sus casos. Y que Wallander es un poco Mankell, un hombre que entra en la mediana edad, tremendamente profesional, con una vida de fracasos amorosos, una ex mujer, una hija adolescente, un padre con el que tiene una relación que fluctúa entre el amor y el odio, y un entramado de relaciones con sus compañeros de trabajo y jefes.
Pero también entre líneas se ve un autor profundamente interesado por la política, no solo la de Suecia, su país natal, sino también la política internacional. A menudo sus casos deben hacerlo “viajar” en el tiempo a una desaparecida Alemania oriental o a la Sudáfrica del apartheid. En definitiva, Wallander, pero también Mankell, viven en un mundo que cambia y al que no entienden.
Este año me tocaba comenzar con la última novela de la saga, El hombre inquieto, la número doce. Y no pude. Empezó el año y no quise conocer el final de Wallander, como si el desconocimiento borrara la realidad: Wallander se despedía en esa novela y Henning Mankell había fallecido en el 2015. Decidí aplazar la lectura para un momento más feliz y que Wallander me acompañara en un viaje, en mis vacaciones. A fin de cuentas, enero del 2024 en Argentina, no era el momento para otra despedida.
La última novela de la saga, publicada en 2009, tiene todos los condimentos Wallander: un policía en el ocaso de su carrera, pensando en su jubilación y su vejez, que se hace cargo de un caso que no le corresponde investigar pero que tiene vinculación con su historia familiar y que lo hace remontar a un mundo que ya no existe, a un pasado que lo habilita para hablar de su vida con una tremenda nostalgia. Es la novela de un escritor que se despide de su personaje, pero que también va preparando su propia despedida.
Vuelvo de vacaciones y abro la primera novela de la saga, Asesinos sin rostro (1991) y leo “Al despertarse tiene la certeza de que ha olvidado algo. Algo que ha soñado durante la noche. Algo que debe recordar”. Podría ser el final, pero era solo el principio.
Gracias por tanto Kurt Wallander.
Es temporada de Oscars, en mi próxima newsletter escribiré sobre cómo me preparo para la ceremonia, de esos pequeños rituales previos a cerrar lo que se considera un año cinéfilo: la gala de los Oscars. En el medio de esos rituales vuelvo de vacaciones y quedan varias películas por ver. Voy al cine con mi amigo Sebas, que también escribe una newsletter sobre industria y contenido, a la que pueden suscribirse por aquí, y que es genial.
Se sube al auto y me dice: ¿qué hacemos con Poor Things, la vemos de nuevo? Habíamos visto la última película de Yorgos Lanthimos en el Festival de Cine de Mar del Plata, antes del estreno comercial en Argentina. La película ya había pasado por Festivales y estrenos internacionales, y tenía mayormente criticas entre positivas y excelentes. Nosotros salimos del cine, nos miramos y casi al mismo tiempo dijimos: che a mí no me gustó nada, ¿a vos?
Que no te guste una película que tiene el consenso de la crítica y el público siembra dudas: por qué yo no vi lo que el resto vio, qué es lo que no me gustó. Sin embargo, todavía no se había estrenado en Argentina, capaz había otras voces que coincidieran, había que esperar. Se estrenó en Argentina y gustó, y mucho. A críticos en los que confío, a amigos cercanos que preguntaron qué no me había gustado al salir del cine, a desconocidos.
¿Qué hacemos con Poor Things, la vemos de nuevo? No, prefiero no tener dudas sobre lo que considero que es: falsamente feminista, gerontofóbica y pretenciosa. Capaz los años me hagan cambiar de parecer, pero para mí Poor Things es la Birdman de esta temporada. Necesito volver de las vacaciones en las que despedí a un viejo amigo y encontrarme lugares felices.
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Hasta la próxima
Fabricio