La categoría es... el pasado vuelve
Sobre una semana con mucho cine en sala, tres historias tristes que pueden ser la misma historia y una llamada que tarda en llegar
Que difícil es vincularse sentimentalmente. No estoy diciendo nada que cualquier generación no sepa, no he descubierto nada, y sin embargo toda la semana estuve dando vueltas sobre el tema.
Ví Vidas Pasadas hace varios meses, una historia de amor perdido, no hay spoiler, está en la sinopsis. Dos personas se encuentran luego de décadas sin verse e intentan volver a vincularse. Pero los años pasaron, y hay otras variables en esa fórmula, desde una guerra hasta un marido.
El miércoles fuí al cine a ver Robot Dreams, y me encontré con la misma historia. Tampoco hay spoilers, está en el trailer. Nuestros personajes se encuentran y desencuentran, el tiempo pasa y la vida los vuelve a reunir . La película es increíble, y no quiero que nadie se pierda de verla ni de sorprenderse con la historia del perrito y el robot. Y ahí está de nuevo: una persona, o un robot, te cambia la vida para siempre, ya nada será igual, solo toca seguir viviendo.
Y el viernes fui a ver Todos somos extraños. Sí, fui mucho al cine esta semana, fue una semana feliz en la que elegí ver películas tristes. Dos vecinos de un mismo edificio se encuentran. Ellos son grandes y ya están rotos, no pulsan la magia del primer amor, ese tren ya pasó, y sin embargo… en sus cuerpos, en sus encuentros, se adivina la fuerza de un pasado que no se ha ido, que nunca se va. Somos ese pasado, debemos vivir con él, y lo que hacemos siempre estará condicionado por las decisiones que tomamos, o que otros tomaron por nosotros.
Las tres películas me destruyen, viven conmigo cuando me voy a dormir, o en el momento en que mastico esa galletita en el trabajo, una escena, una frase, vuelve, se enreda, las escenas están ahí, en mi rutina. Hay vampiros en mi puerta, y como el personaje de Andrew Scott en Todos somos extraños me resisto a dejarlos entrar.
Tengo que ir a una fiesta el sábado a la noche, una amiga se va a vivir a España. Quiero a mi amiga, la voy a extrañar, no puedo no ir a la fiesta. Mis amigos eligen qué ponerse (luego iremos a bailar y se esmeran en vestirse bien), yo escribo. Tengo miedo a mis vampiros, no quiero encontrarme con mi viejo robot, no sé cómo podría reaccionar. Escribo, y los envidio. ¿Ellos no tienen viejos robots? ¿amores de juventud que pueden aparecer en una pista de baile, en un supermercado? Se prueban camisas y vestidos, dónde está su terror, cómo le dan de comer.
Tal vez es demasiado reunir en una misma newsletter las tres películas más tristes del año, pero esta es mi semana.



Mientras tanto los libros pendientes se acumulan. Existió una época en que no podía tener libros sin leer en mi biblioteca. Me obligaba a ir a comprar otro cuando la novela que estaba leyendo estaba por terminarse. Debía planificar que eso no sucediera un día domingo, con las librerías cerradas. Que no me encontrara enfermo, sin poder salir de casa. Que el apocalipsis no hubiera comenzado, maldita pandemia. La ansiedad venció la regla. Empecé a comprar libros “por las dudas” y pasé de un extremo a otro. El estante de los pendientes crece.
Esta semana llegaron a mi librería amiga los nuevos libros de Mariana Enríquez y Leila Guerriero. Si bien La llamada (Anagrama, 2024) se ha editado hace más de un mes en España, coincide con el de Enríquez en la llegada a la mesa de novedades. Y debo elegir, en un contexto en el que los precios de los libros, del papel y del pan suben más que los pendientes de mi biblioteca. No quiero gastar tanto dinero junto, además nunca fui bueno para mantener dos relaciones a la vez. Elijo La Llamada.
Mi librera amiga, que me había reservado un ejemplar, me saluda y con una sonrisa amplia, todavía caminando a mi encuentro, y me dice “viste, es gordito”. Se refiere a las 430 páginas de la crónica. Sí, vi, es gordito. La saludo y yo también sonrío.
Antes de empezar debo cumplir con otra de mis reglas. Debo terminar el libro que estoy leyendo. Me quedan 80 páginas de la novela que estoy leyendo, y disfrutando mucho. Anoto en mi agenda: Lunes 11, de 17 a 19, terminar la novela. Si lo agendo pasa.
Finalmente, el martes comienzo La llamada, seguro volveré al retrato que Guerriero hace de Silvia Labayru, militante montonera secuestrada y abusada durante años por la dictadura militar. Por ahora llevo 60 páginas y todo es sorpresa. Sorpresa ante la confirmación de que Leila siempre se supera. Sorpresa sobre el manejo de la técnica de ir y volver en el tiempo, de empezar por una escena final y retomar al medio, por demorarse por contar el primer encuentro. Sorpresa por la elección de los verbos, por la economía de las escenas. Como siempre, nada parece faltar. Pero falta.
Hasta la próxima,
Fabricio